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Romance del Bautista (reedición)


¿Recuerdan el caso de Teddy Bautista? ¿En qué ha quedado? Abrió los telediarios durante unos pocos días y se fue diluyendo. A mí me inspiró estas coplillas de ciego:

Acomódense señoras,

señores pasen también,

que aquí hay sitio para todos,

aunque se queden de pie.

 

Pasen ancianos y niños,

ladrones y hombres de ley,

pase el pobre, pase el rico,

pase el plebeyo y el rey,

 

y escuchen bien esta historia

que ahora les voy a narrar,

¿Por un duro?, ¿una peseta?

Pues no señor: Un real.

 

Era un señor alto y rubio

con melena, no tupé,

que aunque nacido en Canarias

cantaba siempre en inglés.

 

Y ya apuntaba maneras

de lo que vendría después,

y en una historia rockera

de Judás hizo el papel.

 

Y siguiendo a Jesucristo

para buscar la verdad,

la verdad se volvió carne,

fue Teddy Superstar.

 

Con tanta labor creativa,

tanto genio cultural,

era justo y necesario

que viniera a recalar

 

en un puesto relevante,

de los que dan dignidad,

para velar por lo suyo

y por lo de los demás.

 

Y velando que te vela,

vela, que te velará,

quiso dejar a dos velas

a toda la humanidad.

 

Que si cobro por las bodas,

que también por los bautizos,

por las marchas militares,

por los discos y los rizos.

 

¿Por los rizos? ¿Y a que ton?

Yo se lo voy a explicar,

porque dice que los rizos

son inventos del Bisbal.

 

Tanto derecho de autor,

tanto afán recaudatorio,

no anunciaba nada bueno

y acabó como el Camborio;

 

Guardia Civil caminera

lo llevó codo con codo,

a que le explicara al juez

de donde viene ese oro.

 

La presunción de inocencia,

si la quisiera tener,

yo le aconsejo al Bautista

que la baje de Internet. *

 

Y aquí acaba por ahora

la historia de este sujeto.

Permanezcan por favor

a las pantallas atentos.

 

Al salir vayan dejando

en las manos de este ciego

el real que les pedí

y pueden llevarse el pliego.

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* Lo de que se baje de Internet la presunción de inocencia, lo leí en un comentario a la noticia en el Diario Público, creo recordar que firmado por “cosasclaras.blogspot.com” y no me he resistido a utilizarlo. Vaya en mi descargo que al menos cito la fuente.

Fuego de campamento


En las noches de invierno, acampados en la playa de Veneguera, después de cenar, encendíamos un fuego y nos sentábamos alrededor para contar historias, casi siempre sobre temas sobrenaturales, aunque no siempre.

Esta historia que traigo hoy aquí es una de las «aunque no siempre». Estábamos sentados como digo alrededor del fuego. Una chica joven, de no mas de veinticinco años, acababa de contar una historia sobre un caso de premonición que nos había dejado algo sobrecogidos. Estuvimos unos minutos en silencio, como digiriendo lo escuchado. Entonces, se levantó un anciano de pelo y barba blanca con  algunos jirones grises. Tenía una voz grave pero limpia que llegaba con nitidez a todos los allí reunidos. Dejo que sea él quien nos cuente la historia:

Durante muchos años he sido seguidor de un rabí. Jesús era su nombre. Tenía una sabiduría innata y un don de gente que hacía que todos quedáramos embelesados ante sus palabras. No era un filósofo de estos oscurantistas, que hablan con palabras difíciles para vestirse de profundidad. Al contrario, utilizaba palabras sencillas, ejemplos esclarecedores e imágenes populares. Decía cosas como que todos somos hijos de dios por igual. Que dios está más cerca de los pobres y de los indenfensos. Que no hay que despreciar a nadie porque dios está en todos y cada uno de nosotros y cosas de ese estilo. Se acercaba a los enfermos a darles consuelo. Incluso algunos, con el efecto placebo de sus palabras, llegaban a sanar. O eso parecía al menos. Íbamos de una ciudad a otra haciendo llegar sus esperanzadoras enseñanzas a una multitud que nos seguía en cada pueblo visitado. Muchos de ellos se unían a nosotros y nos acompañaban hasta el siguiente destino. Una vez, después de un emotivo discurso en una montaña a orillas del Tiberíades, sacamos unos panes y unos pocos peces que habíamos pescado la noche anterior y nos dispusimos a comer los discípulos y el rabí. Entonces, Jesús, dándose cuenta de que había allí mucha gente que no había comido, compartió su ración con los que tenía más cerca, lo mismo hicimos nosotros y el resto de la gente que llevaba algo para comer, también compartió con los de su alrededor. De esta manera, todos conseguimos saciar el apetito, aunque, obviamente, nadie quedó harto.

Este episodio, al que muchos llamaron la multiplicación de los panes y los peces, aunque allí lo único que se multiplicó fue la solidaridad humana, y el hecho mencionado anteriormente de que algunos enfermos ante las palabras del rabí, sanaran o creyeran sanar, que para el caso era lo mismo, dio pie a que las autoridades religiosas se asustaran pensando que este rabí podía soliviantar el orden establecido, que tanto siglos había costado conseguir. Empezaron a tergiversar sus palabras diciendo, por ejemplo, que se autoproclamaba el Hijo de Dios, cuando él lo único que decía es que todos somos hijos de dios, también él, por supuesto. Y tan convencido estaba de ello que hablaba de él como de su padre. También le afearon el que se acercara a prostitutas y ladrones sin el menor recato. Llegó a decir que eran los que más le necesitaban, pues había en el cielo más regocijo por un pecador que se arrepentía que por noventa y nueve justos. Esto, junto a la parábola del hijo pródigo (un hijo, que después de haber dilapidado la fortuna de su padre en juergas y vicios, volvió a su casa arrepentido y su padre hizo gran fiesta en su honor), llevó a sus enemigos a decir que era amigo de los pecadores. Así que se confabularon contra él y encontraron la debilidad en uno de sus discípulos, que a cambio de unas pocas monedas, lo traicionó y lo entregó a los sumos sacerdotes.

A partir de ese momento, comenzó un periplo de vejaciones, torturas y vilipendios, con el único objetivo de que confesara ser un impostor y no el Hijo de Dios, como decía que se proclamaba. Él, a pesar del mucho sufrimiento, se mantuvo en que también era hijo de dios. Que no temía a la justicia de este mundo, porque confiaba ciegamente en la justicia divina y en alcanzar el reino de los cielos. Así estuvo yendo de los sumos sacerdotes al gobernador militar y de este a los sumos sacerdotes. En uno de esos viajes, el gobernador, Pilatos era su nombre, que en realidad no veía nada malo ni peligroso en Jesús, se acordó de una vieja tradición que permitía liberar a un preso por la pascua judía y pensó que esa podía ser la excusa perfecta para librarse de ese marrón. Mandó traer a un cabecilla de los guerrilleros independentistas, llamado Barrabás y dio a elegir a la multitud a quién querían liberar: a Jesús o a Barrabás. La multitud, sin pensárselo mucho, empezó a gritar el nombre de Jesús y Pilatos, con gran satisfacción, lo liberó, mandando inmediatamente crucificar a Barrabás.

Jesús vivió muchos años más, estuve con él hasta su muerte a la edad de ochenta y siete años, cuidándolo y oyendo sus siempre sabios consejos. No quiero ni pensar que hubiera ocurrido si a la multitud, a veces tan caprichosa y voluble, le hubiera dado por aclamar el nombre de Barrabás. Seguramente, yo, hubiera acabado colgando de un árbol con una soga comprada con unas pocas monedas.